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La obligación de ser felices en Navidad

Alazne Martínez Romero • 13 de diciembre de 2021
    Ciertas teorías psicológicas sobre la emoción defienden que si por ejemplo, estando tristes, nos forzamos a sonreír, nos sentiremos mejor (que ¡engañaremos a nuestro cerebro!). Siento decir que no es así, pues no es tan sencillo engañarlo (de hecho, no existirían los antidepresivos si esto funcionase).
¡Cuánto más absurdo sería fingir felicidad por mera obligación social! ¿Hay que sonreír sin ganas en Navidad?

No. De hecho, la necesidad de aprobación, la urgencia por encajar, es algo que nos ocurre cuando somos inseguros. A medida que ganamos seguridad y asertividad, menos dependientes somos de la opinión de los demás.
Por otra parte, las sonrisas fingidas se notan, porque no son iguales a las auténticas. O sea, no solo nos sentiremos doblemente mal si fingimos estar alegres cuando estamos tristes, sino que además, no engañaremos a nadie con un mínimo de sensibilidad.

La sonrisa auténtica se denomina “sonrisa de Duchenne” y consiste tanto en sonreír con los labios como con los ojos (se contraen los músculos cigomático mayor y menor cerca de la boca que provocan que se eleve la comisura de los labios, y también, el músculo orbicular, cuya contracción alza las mejillas y produce arrugas alrededor de los ojos). Luego, una sonrisa que no produzca arrugas en el contorno de los ojos es falsa. (A partir de ahora, ya sabrás cuando alguien te sonría artificialmente ;) )

¿Se podría fingir una sonrisa Duchenne? Sí, se podría… pero normalmente, la gente que simula una sonrisa, estando triste, no suele ser tan hábil o ni siquiera conoce este concepto. Tal vez lo hagan los actores, los malos actores (pues los buenos, sonríen de verdad, o no resultarían creíbles).

Muéstrate siempre tal y como te sientas. En congruencia con tus emociones. Esto no significa que debas llorar en lugares públicos ni que no debas actuar muchas veces a pesar de tus emociones (negativas). Tenemos en innumerables ocasiones que levantarnos de la cama sin tener el mínimo ánimo para enfrentar el día, y, sin embargo, lo hacemos. Y a veces, con suerte, a medida que transcurre la jornada, nos sentimos un poco mejor. Pero no es necesario fingir alegría por imposición social.

Incluso tal “obligación” produce el efecto contrario. Es como lo de “no pienses en un elefante azul”. Del mismo modo, no por decirle a alguien: “eh, sonríe, ¡que es Navidad!”, vamos a conseguir que quien esté atravesando un evento aversivo, o una depresión, se sienta mejor.
La alegría no se puede imponer, y la tristeza no se puede disimular.

Si tienes un ser querido que en estas fechas lo está pasando mal, no le hagas forzar una sonrisa, simplemente, dale un abrazo.

Y si eres tú, amigo/a, quien está atravesando un momento difícil, no te obligues a sonreír por no estropear las fiestas a los demás, porque las sonrisas fingidas, duelen.
Muéstrate tal como te sientes, y conseguirás lo que necesitas, un poco de empatía (al menos de esos otros que también estén tratando de fingir sonrisas).
Además, no vas a estropear las fiestas a nadie, porque en estas fechas, no hay que decir un indiferente “Felices Fiestas”, lo que se dice es
                                                                                      ¡Feliz Navidad!
                                                                                    queridos amigos  
                                                                                

                                                                                                                      Sígueme en:

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Los simios avanzaron tecnológicamente y crearon un aparato para tontos. El smartphone. Lo has adivinado. Y sin embargo, hace años, el móvil era un utensilio utilísimo. Servía para llamar a casa (ya no íbamos a necesitar jamás un teléfono público – de hecho, tampoco existen hace mucho tiempo -), para enviar mensajes, para hacer fotos (no de tanta calidad como ahora, pero valían), y te ocupaba poco sitio en el bolso o cabía en el bolsillo de un vaquero. Y cuando comenzaron a tener acceso a internet, ¡al principio el tema funcionaba bien! Ahora, sin embargo, tal vez porque la felicidad nunca dura, ¡oh, dioses!; creció, se volvió un artilugio incómodo, poco amigable, y casi un enemigo. Sin casi. No es su torpe tamaño lo peor, sino lo siguiente: te llega spam por todas partes. Te salen noticias (tanto reales como absurdas, en cuanto entras a cualquier lado, incluso si abres Google) pero te es imposible leer ninguna de ellas. Los anuncios no te dejan. Es publicidad hostil en la que se solapan unas cookies sobre otras, esto atenta contra los derechos del consumidor y debería prohibirse. Te recomiendo: no cliques jamás en ningún titular de tu móvil si no quieres perder los nervios. Por otra parte, están las aplicaciones gratuitas llenas de publicidad. Las redes sociales llenas de publicidad. Hasta las webs aparentemente serias, llenas de publicidad. Este problema, aunque también ocurre en el pc, en el móvil se convierte en un serio inconveniente cuando necesitamos consultar algo. Te recomiendo: deja las búsquedas para cuando estés en casa delante de tu pc, por lo menos, tendrás una infusión a mano. Y llegando al tema social, incluso más relevante, os confieso: da miedo usar el transporte publico por si la estupidez se contagia. No encontrarás a nadie (excepto algún abuelito de 80 años) que no esté mirando la pantallita. Quizás el abuelito también lo haga. Incluso algunos nos deleitan con el sonido estridente de los vídeos de Tik Tok o Instagram. Retos de bailes, retos de maquillaje, retos de estupidez supina, cuando no son de cosas más aberrantes. No verás ya una pareja que se mire a la cara en un bar o restaurante, nooo, tienen la compulsión de comprobar cada 2 minutos qué se cuece en las redes o cuál es la última tontería que les ha llegado por las variopintas mensajerías. Un panorama enloquecedor. Y parece que el enfermo evolucionará a peor. ¿Te atreves a salir de esta distopía? ¿Te atreves a dejar el planeta de los simios?
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Hay personas que se encuentran bajas de fuerzas, tono vital, o con síntomas depresivos en otoño, especialmente, en el comienzo. Puede deberse tanto a razones ambientales (el día se acorta, luego, hay menos horas de sol, bajan las temperaturas, ya quedan lejos las noches en que se podía charlar en la calle hasta la madrugada, y hay que cambiar la ropa de verano por otra más calentita). Obviamente, esto depende de las latitudes, me refiero a aquellas en que disfrutamos de cuatro estaciones. También hay razones personales: se terminan las vacaciones (laborales o escolares), hay quienes tienen hijos pequeños y se deben enfrentar al estrés del comienzo de curso – unido a más gastos, en lo que podría llamarse la “cuesta de septiembre” y trabajo interminable fuera y dentro de casa -, y también hay casos en que una pareja que se ha conocido en verano tiene que separarse (aquellos amores estivales que todos recordamos de nuestra adolescencia, ¡oh, ojalá volviera a pesar del dolor!). En suma, no son pocos los motivos por los que podemos sentirnos tristes y apagados en otoño. ¿Qué podríamos hacer para combatir estos síntomas depresivos? ● Intentar pensar positivamente. Sí, sé que es fácil decirlo… pero el otoño tiene bonitas posibilidades: hay un poco más de silencio en la calle (aunque en España hay demasiado ruido siempre, ¿cómo puede concentrarse la gente en hacer nada? – moriré con esta incógnita -); podemos aprovechar para encontrarnos con nosotros mismos, meditar, leer, cocinar, pintar, tricotar – ahora los hombres también pueden hacerlo, ¡celebremos la liberación masculina! -, ir al cine (o mejor, alquilarse una película y verla en casa, ahorrar, y además no aguantar al de al lado), además, ¡podemos divertirnos haciendo palomitas! – si no te gustan, puedes prepararte algún aperitivo que no sea muy calórico -. También (a quien le guste) puede pensar en la cercanía de la Navidad, y antes, de Halloween (cuando no puedes ganar a tu enemigo, únete a él ). En Psicología decimos que hay que planificar las actividades gratificantes, que debemos hacer una lista e irla cumpliendo rigurosamente, o anotarlas en nuestra agenda en papel o digital. Autoobligarnos a realizar estas actividades placenteras será la medicina preventiva para no caer en depresión. ● El otoño es como una renovación, puede ser un magnífico momento para modificar en tu vida aquello que desde hace tiempo deseas cambiar. ● Sé que esto cuesta más: hacer un poco de deporte. El cubrirnos de ropa en otoño nos hace perder de vista los kilitos que se van acumulando en el abdomen. Hay que hacerlos presentes :) poniéndose la ropa ajustada para entrenar y así nos daremos cuenta de si nos estamos pasando con el chocolate (otro antidepresivo natural, pero que, por desgracia, engorda demasiado – no hay nada perfecto bajo el sol, amigos -), además de que generaremos endorfinas y serotonina. Es el antidepresivo natural. ● Consumir alimentos ricos en vitamina D que beneficia nuestro ánimo y nuestros huesos (pescados como el atún, el salmón o la trucha, yema de huevo y queso – a quien le guste -), en vitamina B6, importante para nuestro sistema nervioso (pescado, plátanos, grano integral, semillas) y en vitamina C, para nuestro sistema inmunitario (naranjas, kiwis, pimientos rojos y verdes, brócoli y tomates). ● Y ante todo: comprender que en la vida todo son ciclos: Ya lo dice la Biblia: “Hay un tiempo para plantar y otro para cosechar” (Eclesiastés 3:1-15) – la gente, con el laicismo agnóstico curricular impuesto nos perdemos mucha autoayuda presente en este libro, seamos o no creyentes). Y también lo dijo Bécquer: “Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar”, y también volverán las cigüeñas a la torre de mi iglesia en febrero. Trabaja por tus sueños, porque todo vuelve, en un eterno retorno que se podría decir que es la historia del mundo desde un punto de vista cósmico y místico. Ganarle a la tristeza es aceptarla, echarle la mantita por las piernas y ver junto a ella una comedia antigua en blanco y negro (Alazne). Alazne Martínez Psicóloga Sanitaria y Máster en Terapias de 3ª Generación PD: Si necesitas ayuda psicológica, recuerda que me tienes 24/7, llámame al +34 622 45 45 34. Atiendo presencialmente o por videoconferencia.
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Y no solo las palabras con las que te diriges a los demás, sino especialmente, las palabras que te diriges a ti mismo/a . Cuida tu autohabla. Varios trastornos mentales (como la depresión) presentan el síntoma de hablarse a sí mismo de manera degradante: “no sirvo para nada”, “todo lo hago mal”, “soy un desastre”, y de autoculparse por casi todo. Procura sustituir esas frases por otras más racionales como “esta vez no me ha salido bien, pero la próxima seguro que lo conseguiré”, “que me salga mal una cosa no significa que carezca de un buen potencial”, “cada día mejoraré e iré cometiendo menos fallos”. No lo olvides, háblate adecuadamente, porque las palabras tienen la costumbre de hacerse realidad . Una especie de profecía autocumplida. Profetízate pues, lo positivo. Incluso, la forma en que te hables (que afecta directamente a la forma en que actúas) puede modificar estructuras cerebrales, porque nuestro prodigioso cerebro posee la cualidad de la plasticidad neuronal . Así, que ve surcando en tu cerebro los caminos correctos. Y si tú no consigues hablarte como debes, yo lo haré. :) Solicita tu consulta y te ayudaré a entender la importancia de tu autolenguaje. PD: También recomiendo el excelente libro “Una nueva guía para una vida racional” de los doctores Albert Ellis y Robert A. Harper. Paz, amor y salud mental. :) Alazne
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