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"La magia de la Navidad"

Alazne Martínez Romero • 27 de diciembre de 2021

Un cuento para pequeños y mayores. Para comprender que la felicidad consiste en compartir.

   Christian tiene ocho años, está delante de su regalo de Navidad, pero nada más verlo se ha dado cuenta de que no puede ser lo que él esperaba, no corresponde con el tamaño ni con la forma; lo abre con desgana, esboza un gesto de disgusto, lo deja en un rincón y sale a dar una vuelta.

   Está malhumorado, es un poco egoísta, lo es porque… aún nadie le ha enseñado a no serlo.

   Se encuentra con tres amigos que acaban de recibir sus regalos, y en un momento de espantosa rabia, como es más alto y fuerte que ellos, se los arrebata. Vuelve a su casa con los brazos muy abiertos y aun así apenas le alcanzan para llevar los paquetes. Una niña lo mira asombrada pero no le es posible hablar, ha enmudecido por unos instantes. La nieve empieza a caer decorando un típico día navideño en el que resbalarán los trineos como la soledad por el alma de los románticos.

  Por fin en su habitación, piensa que quizás ahora hallará algo de su agrado. Se prepara una taza de chocolate con unas galletas, y cómodamente sentado sobre la alfombra, se dispone a desenvolverlos. Pasados unos segundos, algo le hace mirar por la ventana, y para su sorpresa, ve a los niños a los que les había quitado sus juguetes, que sin rastro de desesperación, ¡están jugando haciendo bolas de nieve como si nada hubiera sucedido! De repente, se siente muy mal, muy arrepentido. Ya no le apetece el desayuno, abandona las cajas en el suelo, y se tiende sobre su cama, llorando.

  Al día siguiente, visita a cada niño para devolverle su regalo. Se inventa una excusa cualquiera y sus amigos se la aceptan con una gran sonrisa. Va también a buscar a un niño al que no pudo cogerle su regalo porque no tenía ninguno, y le da el suyo. Se siente más feliz de lo que recordaba haberlo sido en su corta vida, ¡aunque cuando se es pequeño no se aprecia que esa edad signifique haber vivido poco! 

  Vuelve a su casa y su madre le pregunta: Christian, ¿dónde está tu regalo? Él le responde: se lo he dado a un chico que lo necesita más que yo. 

  Al cabo de un rato, sus padres le dicen: hemos llamado a Papa Noël, y al contarle el horrible despiste que tuvo con aquel niño, te ha traído otro regalo para ti ya que le has dado el tuyo.

  Christian lo abre y ¡encuentra exactamente aquel juguete que había pedido! Y vuelve a llorar, esta vez de alegría, pero no por recibir aquella maravilla de la fantasía juguetera cuyo precio calculó aproximadamente en unos doscientos mil euros, sino porque la magia de la Navidad le ha revelado el secreto de la felicidad: compartir.

                                                                                              *** *** ***

   Alazne Martínez Romero.

   PD: De niños aún no sabemos lo obvio, de mayores obviamos lo que sabemos.         
 

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Los simios avanzaron tecnológicamente y crearon un aparato para tontos. El smartphone. Lo has adivinado. Y sin embargo, hace años, el móvil era un utensilio utilísimo. Servía para llamar a casa (ya no íbamos a necesitar jamás un teléfono público – de hecho, tampoco existen hace mucho tiempo -), para enviar mensajes, para hacer fotos (no de tanta calidad como ahora, pero valían), y te ocupaba poco sitio en el bolso o cabía en el bolsillo de un vaquero. Y cuando comenzaron a tener acceso a internet, ¡al principio el tema funcionaba bien! Ahora, sin embargo, tal vez porque la felicidad nunca dura, ¡oh, dioses!; creció, se volvió un artilugio incómodo, poco amigable, y casi un enemigo. Sin casi. No es su torpe tamaño lo peor, sino lo siguiente: te llega spam por todas partes. Te salen noticias (tanto reales como absurdas, en cuanto entras a cualquier lado, incluso si abres Google) pero te es imposible leer ninguna de ellas. Los anuncios no te dejan. Es publicidad hostil en la que se solapan unas cookies sobre otras, esto atenta contra los derechos del consumidor y debería prohibirse. Te recomiendo: no cliques jamás en ningún titular de tu móvil si no quieres perder los nervios. Por otra parte, están las aplicaciones gratuitas llenas de publicidad. Las redes sociales llenas de publicidad. Hasta las webs aparentemente serias, llenas de publicidad. Este problema, aunque también ocurre en el pc, en el móvil se convierte en un serio inconveniente cuando necesitamos consultar algo. Te recomiendo: deja las búsquedas para cuando estés en casa delante de tu pc, por lo menos, tendrás una infusión a mano. Y llegando al tema social, incluso más relevante, os confieso: da miedo usar el transporte publico por si la estupidez se contagia. No encontrarás a nadie (excepto algún abuelito de 80 años) que no esté mirando la pantallita. Quizás el abuelito también lo haga. Incluso algunos nos deleitan con el sonido estridente de los vídeos de Tik Tok o Instagram. Retos de bailes, retos de maquillaje, retos de estupidez supina, cuando no son de cosas más aberrantes. No verás ya una pareja que se mire a la cara en un bar o restaurante, nooo, tienen la compulsión de comprobar cada 2 minutos qué se cuece en las redes o cuál es la última tontería que les ha llegado por las variopintas mensajerías. Un panorama enloquecedor. Y parece que el enfermo evolucionará a peor. ¿Te atreves a salir de esta distopía? ¿Te atreves a dejar el planeta de los simios?
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Hay personas que se encuentran bajas de fuerzas, tono vital, o con síntomas depresivos en otoño, especialmente, en el comienzo. Puede deberse tanto a razones ambientales (el día se acorta, luego, hay menos horas de sol, bajan las temperaturas, ya quedan lejos las noches en que se podía charlar en la calle hasta la madrugada, y hay que cambiar la ropa de verano por otra más calentita). Obviamente, esto depende de las latitudes, me refiero a aquellas en que disfrutamos de cuatro estaciones. También hay razones personales: se terminan las vacaciones (laborales o escolares), hay quienes tienen hijos pequeños y se deben enfrentar al estrés del comienzo de curso – unido a más gastos, en lo que podría llamarse la “cuesta de septiembre” y trabajo interminable fuera y dentro de casa -, y también hay casos en que una pareja que se ha conocido en verano tiene que separarse (aquellos amores estivales que todos recordamos de nuestra adolescencia, ¡oh, ojalá volviera a pesar del dolor!). En suma, no son pocos los motivos por los que podemos sentirnos tristes y apagados en otoño. ¿Qué podríamos hacer para combatir estos síntomas depresivos? ● Intentar pensar positivamente. Sí, sé que es fácil decirlo… pero el otoño tiene bonitas posibilidades: hay un poco más de silencio en la calle (aunque en España hay demasiado ruido siempre, ¿cómo puede concentrarse la gente en hacer nada? – moriré con esta incógnita -); podemos aprovechar para encontrarnos con nosotros mismos, meditar, leer, cocinar, pintar, tricotar – ahora los hombres también pueden hacerlo, ¡celebremos la liberación masculina! -, ir al cine (o mejor, alquilarse una película y verla en casa, ahorrar, y además no aguantar al de al lado), además, ¡podemos divertirnos haciendo palomitas! – si no te gustan, puedes prepararte algún aperitivo que no sea muy calórico -. También (a quien le guste) puede pensar en la cercanía de la Navidad, y antes, de Halloween (cuando no puedes ganar a tu enemigo, únete a él ). En Psicología decimos que hay que planificar las actividades gratificantes, que debemos hacer una lista e irla cumpliendo rigurosamente, o anotarlas en nuestra agenda en papel o digital. Autoobligarnos a realizar estas actividades placenteras será la medicina preventiva para no caer en depresión. ● El otoño es como una renovación, puede ser un magnífico momento para modificar en tu vida aquello que desde hace tiempo deseas cambiar. ● Sé que esto cuesta más: hacer un poco de deporte. El cubrirnos de ropa en otoño nos hace perder de vista los kilitos que se van acumulando en el abdomen. Hay que hacerlos presentes :) poniéndose la ropa ajustada para entrenar y así nos daremos cuenta de si nos estamos pasando con el chocolate (otro antidepresivo natural, pero que, por desgracia, engorda demasiado – no hay nada perfecto bajo el sol, amigos -), además de que generaremos endorfinas y serotonina. Es el antidepresivo natural. ● Consumir alimentos ricos en vitamina D que beneficia nuestro ánimo y nuestros huesos (pescados como el atún, el salmón o la trucha, yema de huevo y queso – a quien le guste -), en vitamina B6, importante para nuestro sistema nervioso (pescado, plátanos, grano integral, semillas) y en vitamina C, para nuestro sistema inmunitario (naranjas, kiwis, pimientos rojos y verdes, brócoli y tomates). ● Y ante todo: comprender que en la vida todo son ciclos: Ya lo dice la Biblia: “Hay un tiempo para plantar y otro para cosechar” (Eclesiastés 3:1-15) – la gente, con el laicismo agnóstico curricular impuesto nos perdemos mucha autoayuda presente en este libro, seamos o no creyentes). Y también lo dijo Bécquer: “Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar”, y también volverán las cigüeñas a la torre de mi iglesia en febrero. Trabaja por tus sueños, porque todo vuelve, en un eterno retorno que se podría decir que es la historia del mundo desde un punto de vista cósmico y místico. Ganarle a la tristeza es aceptarla, echarle la mantita por las piernas y ver junto a ella una comedia antigua en blanco y negro (Alazne). Alazne Martínez Psicóloga Sanitaria y Máster en Terapias de 3ª Generación PD: Si necesitas ayuda psicológica, recuerda que me tienes 24/7, llámame al +34 622 45 45 34. Atiendo presencialmente o por videoconferencia.
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Y no solo las palabras con las que te diriges a los demás, sino especialmente, las palabras que te diriges a ti mismo/a . Cuida tu autohabla. Varios trastornos mentales (como la depresión) presentan el síntoma de hablarse a sí mismo de manera degradante: “no sirvo para nada”, “todo lo hago mal”, “soy un desastre”, y de autoculparse por casi todo. Procura sustituir esas frases por otras más racionales como “esta vez no me ha salido bien, pero la próxima seguro que lo conseguiré”, “que me salga mal una cosa no significa que carezca de un buen potencial”, “cada día mejoraré e iré cometiendo menos fallos”. No lo olvides, háblate adecuadamente, porque las palabras tienen la costumbre de hacerse realidad . Una especie de profecía autocumplida. Profetízate pues, lo positivo. Incluso, la forma en que te hables (que afecta directamente a la forma en que actúas) puede modificar estructuras cerebrales, porque nuestro prodigioso cerebro posee la cualidad de la plasticidad neuronal . Así, que ve surcando en tu cerebro los caminos correctos. Y si tú no consigues hablarte como debes, yo lo haré. :) Solicita tu consulta y te ayudaré a entender la importancia de tu autolenguaje. PD: También recomiendo el excelente libro “Una nueva guía para una vida racional” de los doctores Albert Ellis y Robert A. Harper. Paz, amor y salud mental. :) Alazne
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